Y quiero celebrar el milagro de ser dadora de vida, de ser fecunda y de traer en mi la semilla de la maternidad desde el día que nací.
Tal vez para algunas mujeres esto es difícil, no ven porque celebrar este milagro si sienten el útero vacío, y piensan que esta perfecta fábrica de vida está detenida y olvidada, pero recuerden siempre que Dios no sólo nos dio el regalo de crear vida, también nos dio la bendición de entregar amor y formar vidas. No sólo en nuestro cuerpo viene impreso el título de madre también en nuestra alma, en nuestro corazón tierno y amoroso, en nuestras manos suaves dueñas de caricias dulces y sanadoras, en nuestros abrazos cálidos que consuelan y protegen, en nuestra voz dulce de sabia antigua que entrega consejos certeros y es guía en el camino de la vida.
Somos madres por excelencia, no sólo en nuestro útero fecundo y nuestros pechos rebosantes de alimento, lo somos en el alma y aún cuando nunca la vida crezca dentro de nosotras, nuestro regazo tibio y nuestro amor incondicional nos hace madres miles de veces cada vez que tomamos en nuestro brazos a un pequeño indefenso, a una criatura en peligro o acogemos tiernamente a quien demanda cuidados y amor. Somos ángeles de la guarda encarnados para proteger y guiar a los más pequeños.