viernes, 14 de diciembre de 2007

El regalo de Dios

Cuando nací mujer, nací con la bendición de poder crear vida dentro de mi, Dios me regaló la maravilla de que una nueva vida creciera en mi interior, a través de mi sangre llevaría alimento y oxigeno hasta ese pequeño ser y yo sería su primera intermediaria con el mundo, a través de mi conocería el exterior, sus primeras emociones serían las mías, la primera voz que llegaría a sus oídos sería mi voz y las primeras caricias las experimentaría a través de mi piel. Dios me hizo una magnífica y perfecta fuente de vida, por eso me hizo un corazón pleno de amor y dulzura para cuidar y proteger a esa nueva e indefensa vida que pondría en mi vientre y luego en mis brazos.
Y quiero celebrar el milagro de ser dadora de vida, de ser fecunda y de traer en mi la semilla de la maternidad desde el día que nací.
Tal vez para algunas mujeres esto es difícil, no ven porque celebrar este milagro si sienten el útero vacío, y piensan que esta perfecta fábrica de vida está detenida y olvidada, pero recuerden siempre que Dios no sólo nos dio el regalo de crear vida, también nos dio la bendición de entregar amor y formar vidas. No sólo en nuestro cuerpo viene impreso el título de madre también en nuestra alma, en nuestro corazón tierno y amoroso, en nuestras manos suaves dueñas de caricias dulces y sanadoras, en nuestros abrazos cálidos que consuelan y protegen, en nuestra voz dulce de sabia antigua que entrega consejos certeros y es guía en el camino de la vida.

Somos madres por excelencia, no sólo en nuestro útero fecundo y nuestros pechos rebosantes de alimento, lo somos en el alma y aún cuando nunca la vida crezca dentro de nosotras, nuestro regazo tibio y nuestro amor incondicional nos hace madres miles de veces cada vez que tomamos en nuestro brazos a un pequeño indefenso, a una criatura en peligro o acogemos tiernamente a quien demanda cuidados y amor. Somos ángeles de la guarda encarnados para proteger y guiar a los más pequeños.

Alejandra